viernes, 20 de junio de 2008

Atajos


Si estudiar es un camino, el machete es un atajo (Dicho popular adolescente)


En uno de los posts anteriores describí mi llegada al estrellato estudiantil al final de la escuela primaria. Algunos se habrán pensado que me quemaba las pestañas estudiando, pero no era así. Cuando empecé el colegio secundario, y esto supongo que le habrá sucedido a la mayoría, tenía muchos miedos. Todo era nuevo: los compañeros, la escuela, los docentes. Fue ese año cuando descubrí los machetes. Los primeros años sólo los miraba de fuera, viendo cómo, en tiempos de pruebas, mis compañeros se copiaban, haciendo todo lo posible para pasar de año sin estudiar. Al principio eso me parecía poco ético, aunque más tarde reconocí que tenía un cierto porcentaje de efectividad. Mi primer machete fue muy pequeño. Me había escrito la fórmula del metano en la palma de la mano, que era lo único que no me acordaba.

Hacia la mitad del secundario, me volví más reacia en lo que a estudiar se trataba, y así continuaría hasta el fin de la escuela, ya que había empezado a notar que habían algunas cosas que no me servirían de nada en mi vida posterior. Mis carpetas, siempre tan prolijas, se volvieron un rejunte de papeles llenos de apuntes de todas las materias, y aunque seguía estudiando, ya no lo hacía con las mismas ganas que al principio.

Todos los que estaban en mi grupo de amigos, que a su vez pertenecíamos al grupo de los “traga”, como nos llamaba el resto, también estaban en la misma situación. Lorena, Verónica, Corina, Raquel y Felipe, todos en algún momento, no recuerdo cuando, empezamos a copiarnos, menos Silvina. Ella era la única del grupo que siguió fiel a Domingo Faustino.

En cuarto año tuvimos una profesora de personalidad encantadora, la profesora Figueroa. Era una señora bastante mayor, pero que impartía sus clases de manera muy amena. Se notaba que la enseñanza era lo que más amaba en la vida. Ella nos hacía hacer trabajos prácticos, y sólo nos tomaba una prueba por trimestre. Lo particular es que era la única, y lo fue durante todos mis años como alumna, que nos daba no sólo los temas para estudiar, sino exactamente las consignas de cada uno de los tres temas que hacía. Había que preparar todos, por si acaso. Figueroa permitía sólo tres hojas de carpeta sobre la mesa, además de la de las preguntas. Teniendo todo tan servido, era casi imposible no tentarse. Al principio, creo que la mayoría fuimos cautelosos. Estudiábamos un poco, y el otro poco lo anotábamos en la hoja de atrás, con lo cual sólo nos bastaba levantar un poco la punta de la hoja de las preguntas y ver las respuestas del otro lado. Luego ya empezamos a no estudiar, para depender pura y exclusivamente de nuestras anotaciones. Las técnicas iban mejorando cada vez más. Yo, por ejemplo, el día antes del exámen, me ponía a resumir el texto, y luego lo copiaba en una hoja con letra casi microscópica y transparente, apoyando suavemente el lápiz. Felipe, en cambio, tenía impresora en su casa y copiaba un texto en la computadora, y luego lo imprimía sin tinta. El resultado era un papel lleno de relieves de letras transparentes, incapaz de ser visto por casi nadie. Una genialidad.

Aquel día de octubre estábamos todos un poco nerviosos. La profesora distribuyó el número de temas para cada fila de alumnos. El exámen se desarrollaba en un silencio extremo, sólo se oían los movimientos del papel que hacía cada uno. Pero eso fue demasiado obvio. Figueroa se levantó y se dirigió hacia la fila de nuestro grupo. Levantó el extremo de la hoja de Raquel, que era la primera de la fila, y le descubrió el machete. Siguió con Silvina, que no tenía nada. Luego siguió Lorena, que estaba a mi lado. El problema que tenía la pobre Lorena era que presionaba demasiado el grafito sobre el papel, con lo cual su escritura era de un gris muy oscuro, casi negro. Fue descubierta al instante. Cuando llegó mi turno el corazón me latía con mucha fuerza, y además empecé a transpirar de los nervios. En aquel momento, cuando toda mi familia me consideraba una estudiante excepcional, pude imaginar cómo se enterarían de la noticia, y la decepción que eso les causaría. Lo peor era inevitable. La profesora vería, como en Raquel y en Lorena, las hojas escritas que tenía debajo de las consignas. Vería el trabajo minucioso que me había tomado toda una tarde hacer, en lugar de ponerme a estudiar. Me tomaría de punto y para colmo la teníamos el año que viene.

Figueroa se dirigió hacia mis hojas y yo, resignada, no me resistí. Levantó la primer hoja, miró rápidamente, y siguió de largo. Me quedé temblando. No me había descubierto de milagro. Ni tampoco al resto de los de mi grupo. Siguió controlando y descubrió a varios más. Cuando terminó, se sentó en su silla, sin decir ninguna palabra. Pude ver como una lágrima rodó por su mejilla y cayó luego sobre unos documentos que había en su escritorio. Después se levantó y salió del aula rápidamente. Al día siguiente la preceptora nos comunicó que la profesora Figueroa había renunciado.

Eso provocó en mi algo indescriptible. Jamás podré olvidar aquella mirada vidriosa y llena de amargura. Eso fue lo que hizo que aquella fuera la última vez que me copiaba en clase.




2 comentarios:

Santiago dijo...

La verdad estuvieron jodidos con la profe!!
Hablando en serio de esto de los machetes tengo una seria duda, ¿Porque a los que nos macheteabamos en la escuela nos fue mejor en la universidad que a los tragas que estudiaban todo y jamás se copiaban?
Ojo, no digo todos los que se macheteaban, sino a los que no tenían necesidad de machetearse, pero lo hacían por diversión.
Mi mejor machete fue un reloj digital al que le había puesto un carretel de papel adentro y tenia dos ejes. Perdí más tiempo haciéndolo que si hubiese estudiado toda la materia y lo más cómico que solo entraba una hoja.

Saludos

Romina dijo...

Uff, primero, perdona por tardar tanto en responder tu mensaje, tuve unos días complicados con internet..
Segundo, es verdad, eso de los que se macheteaban por gusto nomás, no por necesidad, nos fue mejor, nunca me había puesto a pensar en eso. Supongo que porque de alguna manera eramos "más inteligentes", no nos constaba tanto interpretar las cosas, lo que pasa es que nos daba fiaca agarrar un libro..
Tercero, buenísima la técnica de tu machete, nunca había oido de algo así. Creo que mi mejor machete fue este que describí aquí (aunque también hacía la típica de escribir sobre la mesa... :P)
Te mando un saludo y pasate cuando quieras!