miércoles, 4 de junio de 2008

Las edades de mi padre



Mi padre se llamaba Julián, pero pocos sabían ese dato. Es más, la gran mayoría de la gente lo conocía como Julio, que era como lo llamaba mi madre. Supongo que era una especie de metáfora de lo que era él en realidad, una persona
misteriosa. Nunca supe demasiado de él, ni de su pasado, ni siquiera de lo que pensaba de mi hermano o de mí. Lo poco que sé lo fui armando con recortes mentales de cosas que de vez en cuando contaba sobre sí mismo, pero lo que tengo es una especie de collage bastante dudoso.

Uno de los factores que lo hacían tan misterioso, por ejemplo, era su edad. Cuando le preguntaba por eso, se reía, pero desviaba la conversación hacia otro lado y nunca me decía lo que yo necesitaba saber. Una vez, cuando tendría unos 7 u 8 años, acompañé a mi madre a la panadería a comprar una torta para festejar el cumpleaños de mi padre y pregunté:

- Má, ¿cuantos años cumple papá?
- 36.
- ¿Cómo vos?
- Sí.

Como siempre tuve buena memoria, a partir de ese día recordé que ambos tenían la misma edad, y todo me resultó más fácil.

Un par de años más tarde, mi padre había decidido invitar a una pareja de amigos para su aniversario. Eran bastante amables y además muy alegres, y cuando me preguntaban cuanto cumplía mi padre, y yo les decía 38, se reían con ganas. No entendía exactamente muy bien por qué lo hacían, pero pensaba que era una manera de decir "que simpática es la nena" sin palabras.

Un tiempo después surgió algo que me dejó perpleja. Era una mañana de vacaciones de invierno y estaba en mi casa con mi mamá, mi hermano y una vecina que se había cruzado a tomar mate y a contar las últimas novedades del barrio. Yo estaba ahí, desayunando mi té con leche y galletitas, con el pijama aún puesto, y sin meterme en la conversación, pero prestando mucha atención a lo que comentaban. Mis padres siempre nos decían a mí y a mi hermano que no debíamos entrometernos en conversaciones de adultos porque era de mala educación. Sin embargo, no podían prohibirme que escuchase. Hablaron de los vecinos nuevos, de la vieja que tenía el almacén en la esquina, y de la que vivía en la otra cuadra; hasta que llegó el turno de mi padre. Como era un tanto chica, me perdí un gran porcentaje de la charla, pero con la información que pude rescatar deduje que mis padres no tendrían la misma cantidad de años. Tenía que sacarme la duda, no podía quedarme callada en aquel momento, entonces pregunté a mamá si papá tenía su misma edad. Mi madre y la vecina se miraron de manera cómplice, pero sin saber muy bien qué decir. Entonces, en ese instante, la inocencia me jugó una mala pasada, y le dí a mi madre lo que necesitaba para saber qué responder:

- ¿Papá es menor que vos?
- Sí..., tu papá tiene 2 años menos que yo.

Viniendo de una familia bastante prejuiciosa, en la que el hombre, entre otras cosas, debía tener mayor o igual edad que la mujer, y no viceversa, ese hecho me escandalizó. Internamente estaba muy confundida y sin saber la verdadera edad de mi padre. No obstante, me quedé con esa última información.

El tiempo fue transcurriendo tranquilamente, y yo me convertí en una adolescente a punto de cumplir los 15 años. Un día, mi padre me pidió que lo acompañase a un hipermercado que había en Quilmes Oeste, porque teníamos que comprar algunas cosas para mi cumpleaños, que sería en unos pocos días.

Ya en la caja, luego de haber puesto todo en las bolsas, la cajera le preguntó a mi padre si no quería unos cupones para un sorteo de no sé qué electrodoméstico. Mi padre asintió, y me los dió para que los llene porque yo tenía mejor letra. Como era menor, los únicos datos que servirían eran los de mi padre. Empecé por el nombre, puse la dirección, el teléfono, pero el casillero de la fecha de nacimiento estaba incompleto. Tenía el día y el mes, pero me faltaba el año. Hice algunos cálculos mentales, pero mis dudas, que habían estado reprimidas durante tanto tiempo, resurgieron, y no me quedó otra opción que preguntarle el año en el que había nacido. Me lo dijo, pero en un tono tan bajo, que para mí fue inaudible, y tuve que pedirle que me lo repitiera.

- 1936 -, me dijo.

Me quedé helada. La edad que mi padre decía tener eran casi 20 años menos de los que en realidad tenía. En aquel momento todo cobró sentido. Las risas de sus amistades, las miradas cómplices de mi madre y la vecina. Todo el mundo me había estado engañando y riéndose de mí, y lo que es peor aún, en mi propia cara. Y para colmo me enteré de la manera más absurda. Aquella mentira me produjo un asco terrible, me sentí estafada por la gente en quien confiaba, especialmente mi madre y mi padre. No podía creer que con algo tan irrelevante como la edad se pudiese generar una mentira tan horrible.

Cuando me dí cuenta estaba sentada en el asiento delantero del coche, con los ojos llenos de lágrimas de bronca. No emití palabra alguna en todo el viaje de regreso a casa.




2 comentarios:

Nacho M. dijo...

Mierda, menuda mentira...

Qué mal me llevo con los prejuicios sociales, andá a saber por qué corno tu viejo escondia sus años...que chotas las estructuras, por Dios..


Te mando un abrazo!


Nacho!

Romina dijo...

Si si.... es así como lo cuento, aunque parezca increible. Ni yo misma me lo creo...
Saludos!