Con el correr de los años, salí de mi país, y empecé a visitar otros. Me tomé miles de aviones imaginarios y crucé océanos y continentes. Me fuí a Canadá, a Australia, a Venezuela. También conocí parte de Europa y de Asia, y en África hice varios safaris.
En un momento de mi adolescencia, esa etapa de la vida en la que uno es más soñador que en ninguna otra, se me ocurrió irme a vivir a los Estados Unidos cuando fuese más grande. Años más tarde descarté dicho país, y me pareció mejor idea mudarme a alguna nación europea. Mamá me decía que tenía que dejar de fantasear, que nunca podría viajar a esos lugares tan recónditos, ya que para eso hacía falta mucha plata. Y aunque yo sabía que tenía razón, mis ansias de conocer el mundo fueron in crescendo.
Gracias a internet, pude conectarme con gente de otras regiones y conocer un poco cómo eran y cómo vivían. Todas las semanas abría mi casilla de correo electrónico y recibía, con ansias, mails de aquellos amigos virtuales. Sin embargo, el tiempo hizo que dejara eso de lado, y continúe con mi vida “real”, por llamarlo de algún modo. Con la edad me había dado cuenta que era muy complicado viajar y, más aún, vivir en otro país, por lo que me limité a seguir soñando. Y lo seguí haciendo, hasta que el destino de mi vida cambió.
Ahora estoy aquí, escribiendo desde el otro lado del “charco”. Jamás me lo hubiera imaginado, aunque suene contradictorio. Internet, nuevamente, me ayudó a conectarme con otras culturas, con otra gente, y, gracias a eso, tuve la oportunidad de conocer a un ser muy especial. Pero eso ya es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario