Siempre tuve problemas con el deporte en general. Supongo que pasaba tan desapercibida, que Beatriz, la profesora de gimnasia a quien tuve durante los siete años de primaria, nunca supo mi nombre. "Nena, vení para acá" o "Nena, andá a buscar las pelotas al salón de actos" eran las formas en que esa señora se dirigía a mí. Lo que más me gustaba de las clases de gimnasia era cuando llovía, porque nos íbamos al aula a jugar ahorcados en el pizarrón compitiendo en varios equipos.
En el secundario las cosas cambiaron. Ahora, al menos, las profesoras sabían cómo me llamaba. "Señorita Romina, su saltó salió nulo otra vez", me dijo una en las prácticas de salto en largo. "Romina, tenés un 2", me dijo otra, cuando no fui capaz de hacer 30 abdominales en 30 segundos.
En cuanto al vóley y al handball la situación era similar. En vóley, era obligatorio muchas veces recibir la pelota con los antebrazos, lo cual casi siempre me generaba un dolor insoportable, como si miles de agujas me traspasaran el brazo al mismo tiempo. Casi me la llevo a diciembre ese año por culpa de eso. Por suerte, Lorena, a quien le iba mejor, me ayudó a entrenarme, y el último día hice lo justo para pasar la materia. Los primeros tiempos en que empezamos a jugar handball, como a mi nunca me gustó eso de andar corriendo de aquí para allá con chicas que eran

Ahora que han pasado unos años de eso, el deporte y yo estamos en tregua, aunque no sé por cuanto tiempo. De a poco me voy animando a jugar a algo tranquilo y relajante como el ping pong y hasta me engancho mirando los juegos olímpicos en la tele. Supongo que eso también es tener espíritu deportivo, aunque sea en un pequeño porcentaje.
2 comentarios:
priiiii ;)
Jaja, que tontis! :)
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